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jueves, 16 de junio de 2011

DIA DEL PADRE. ARTURO CEJA ARELLANO.

A propósito del Día del Padre…
“Hoy que me encuentro sólo”

Por Arturo CEJA ARELLANO

Hoy que me encuentro sólo, envuelto en el silencio del hogar, sin escuchar los gritos de mis hijos al pelear, ni su sonrisa, ni su canto, me contemplo en el espejo, roto por el descuido, o tal vez deteriorado por tanto uso, y al ver los estragos que el tiempo ha provocado en mí, estrujo mi pelo y mis dedos lo surcan; cierro los ojos y empiezo a viajar con mi pensamiento más allá del ayer... Cómo los extraño. Fue mucho el tiempo perdido y que no supe aprovechar, perdí la oportunidad de abrazarlos con fuerza, de sentir su peculiar olor de niños; cómo quisiera regresar a disfrutar su dulce paz, sus gritos, secar sus lágrimas y atender sus quejas por simples que éstas fueran...


Cómo quisiera verlos sin ninguna preocupación, contemplar su sueño, sentirlos seguros porque yo estoy ahí para velar su tranquilidad...


Pero qué risa me da al recordar aquél pleito cotidiano que todas las mañanas sostenían  con el cepillo de dientes, y aquélla guerra sin tregua que libraban con el eterno remolino en su cabeza, aún teniendo al peine y al agua como sus aliados, pero que casi nunca los sacaban del apuro.


¡Qué hubieran dado por contar con la jalea que ahora domina hasta al pelo más rebelde!.


En aquél tiempo el remolino triunfaba, pues por más que lo tallaban él siempre se imponía y coronaba sus cabezas...


Cómo extraño a los adolescentes aquéllos que me hicieron enojar cuando “se bañaban en loción”; cada día veía cómo bajaba el nivel del frasco. Y qué decir de mi enojo cuando a escondidas se ponían mis zapatos, o el equipo deportivo.


Cómo quisiera que estuvieran aquí, no importa que me hicieran rabiar.


Ahora mis hijos luchan por alcanzar sus metas y sólo los veo escasamente y cuando están aquí, me desvelan por su tardanza, pero cuando llegan la tranquilidad vuelve a mí, aunque a esas alturas mis ojeras son enormes...


Pero la vida da revanchas aunque no son justas por los que sufrieron la ausencia de su padre; ahora en casa me queda la gran tarea de protagonizar nuevos episodios con los nietos: unos pícaros y juguetones, a los que les vale sorbete la vida; otros chillones y gritones y todos hacen lo que les da la gana, pues aprovechan la etapa de ser los reyes del hogar, donde poco a poco la infancia los va abandonando y pronto serán adolescentes.


¡Qué importa pues que derramen el contenido del vaso en la mesa!. La vida continúa, los hijos llegan y se van, y sólo le pido a Dios que cuando lo hacen, regresen, que me permita volver a verlos y ellos a mí para escuchar su saludo:


¡Qué tal pá!. Ya no quiero olvidar decirles “te quiero”, abrazarlos y darles su beso siempre que los tenga frente a mi… Y quiero seguir sintiendo la calidez de sus labios al besar mi frente.

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