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miércoles, 29 de junio de 2011

A propósito del DIA DEL ABUELO. ARTURO CEJA ARELLANO

A propósito del Día del Abuelo, platiquemos con él

Por Arturo CEJA ARELLANO


            Sí, es cierto, la vejez domina a la carne que nos cubre, la engarruña, entristece el alma, borra el recuerdo; se acaba la potencia, se doblega el pensamiento… Al viejo se le va haciendo a un lado, poco a poco es arrejolado en el rincón aquél, donde apeste solo, donde su tos se pierda sin eco alguno.


            Pero en ese viejo queda el recuerdo aquél que penosamente lo hace sonreír, cuando lo bañaban de niño a jicarazos, a un costado de la pila, o en el arrollo, donde las aguas saltarinas cantaban su son, según el nivel del caudal.


            Y qué decir del impecable vestir?. Jajajaja, calzón de manta, camisa de igual tela, guarache en los pies cuando bien nos iba.


            Pero ¿y el disfrute?. ¡Ah!, el disfrute… ese fue total, pues el viejo en su niñez se dio el lujo de tomar agua del cristalino arrollo, ahora lleno de caca y de inmundicia; o pegársele a la llave y sorberle sin el riesgo alguno de enfermar de la panza.


            Gozamos los viejos de las frutas del campo que ahora ya no existen como el zapote blanco, o el negro; del churi verde y largo, o del pequeñito amarillito; de los chachamoles en el pantano que había desde la coca hasta el río nuevo, donde sacábamos enormes carpas de las zanjas y hasta ranas atrapábamos con las fízgas. 

Y caminábamos por debajo de la carretera Zamora-Jacona, escondidos en el jaral, donde nos llevábamos cada sorpresa por aquello del disfrute de las parejas furtivas.


            Y qué decir de los mangos y las limas de la huerta que celosa y perrunamente cuidaba Don Cera (allá frente a la secundaria), de donde robábamos también guayabas; o las manzanas de la huerta del general, a un costado de la coca, donde iniciaba el desaparecido pantano. O el robo del pepino de la parcela del Aparato Mayor, Don Camilo.


            El disfrute de la naturaleza eran aquellos paseos los sábados con los seminaristas, después de la doctrina, sin faltar el obligado baño en el Calicanto, o si bien nos iba, en la Presa de La Luz; un Calicanto ya desparecido también por los cambios obligados por el crecimiento urbano.


            ¿Y los juegos?. ¡Ah!, los juegos, pues éstos eran las clásicas cebollitas, la reata jalada por un puñado de monos por un lado y otros por otro, hasta demostrar la fuerza. Había carreras de encostalados; o a ver quién se comía primero una cemita y se tomaba un fanta de medio litro, que casi nos hacía reventar.


            Jugábamos a las escondidas, o como dijo Roberto Carlos en su canción, jugábamos a la guerra noche y día…


            Había muchos juegos, todos interactivos; juegos que ahora tratan de rescatar llevándolos de comunidades indígenas a las grandes ciudades.


            Aprovechábamos la luz de la luna, en agosto o cuando era luna llena, que a nosotros nos llenaba de gozo y lo aprovechábamos para formar una rueda y contar cuentos, muchos cubiertos de terror que luego nos hacía correr despavoridos.


            Ya en la escuela, jugábamos al yo-yo, al trompo, al balero, a las canicas, que luego se convirtieron en concursos escolares, donde muchos demostraban su gran habilidad, su puntería y ganaban aplausos, no como ahora cuando si no hay dinero de por medio, pues no hay concurso.


            Eso sí, se hacía de noche y las gallinas se metían a su gallinero o se subían a su enramada, mientras que nosotros corríamos a casa. A nosotros nadie nos llamó por celular para absolutamente nada. No tuvimos computadoras, razón por la que puntualmente estábamos en casa, mucho menos había televisión.


            ¡Ah! y también caminamos, trotamos o corrimos, según la necesidad de llegar al punto establecido; los camiones urbanos cobraban 25 centavos y no había esa cantidad para trasladarnos a la escuela en Zamora, desde Jacona, y de regreso al hogar.


            Las diferencias en las etapas de la vida son enormes, pero las vivimos. Ahora los viejos que aún tenemos fuerza, debemos obligadamente trabajar en la computadora, pues máquinas de escribir ya casi no existen; enviar la información o comunicarnos con nuestros seres queridos por Internet (llámese facebook o chat), en lugar del cartero aquél que nos hacía llorar cuando no recibíamos noticias de nuestros seres queridos. Ya ni el fax charcha, caray.


            Y aquí estamos ahora, jugando con los nietos que nos quitan el celular que manipulan fácilmente, mientras que nosotros apenas acatamos contestar o marcar; o con los videojuegos locos que solamente disparan y disparan balas; mientras que mordisquean la pizza y le sorben a la bebida energizante, no obstante al grave daño que causan en el organismo.


            Aquí estamos, aún de pie, como el viejo roble, pero con dolor en los pies, en las piernas, en las manos y dedos, en la cadera que por mucho tiempo nos soportó gallardamente; y qué decir del dolor de cabeza, del zumbido, del apachurramiento del corazón.
          

  Sin embargo, ahora ¡qué felicidad realmente es, ser abuelo…! por el disfrute pleno de los nietos, que nos dejan por la noche sin poder levantarnos de la silla a la que finalmente caemos…

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