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lunes, 2 de mayo de 2011

LA QUEMAZON DEL PERRO IV PARTE.

LA QUEMAZÓN DEL PERRO. IV PARTE.
Cuarta parte. El día siguiente.


de Mamerto Rosales, el Lunes, 02 de mayo de 2011 a las 0:54



Al día siguiente del fatídico incendio, no quedaban más que escombros de lo que había sido aquel floreciente y rico poblado. Una densa cantidad de humo se advertía, como envolviendo aún a aquel poblado, producto del incendio del día anterior. A la vista incrédula, casi perdida, llorosa e impotente de sus moradores, se miraban: bardas semidestruidas y otras apuntaladas -a punto de caer- con los propios escombros; vigas de madera humeantes o sosteniendo en sus puntas, alguna flamita que se resistía a apagarse; animales domésticos carbonizados, que eran devorados ya, por algunas aves de rapiña; de las camas viejas de latón, no quedaban sino los metales retorcidos por el calor; vasos y platos viejos de peltre, todos deformados; las hojas semichamuscadas de los árboles en los traspatios; cántaros y enseres dométicos de barro, hechos añicos; trasteros de madera, petates, aperos de labranza y colchones, habían quedado convertidos en ceniza en su mayor parte; las chimineas casi cubiertas y destruidas por la viguería caída encima, con sus comales retorcidos; en la calle, pedacería de teja y de madera carbonizada; encima de las bardas aún humentantes, se advertían algunas gallinas que habían logrado sobrevivir; pedazos de ropa raída sobresalía de entre los escombros,... en fin era un cuadro desolador.

En la plaza: los libros de la iglesia, apilados en la parte central a falta de quiosco, al igual que una parte del archivo municipal, en virtud de que logró salvarse algo del incendio; diversos objetos y enseres de los comercios; algunas cobijas y petates, baúles y pequeñas petacas, ropa, sillas de tule y de madera, libros de contabilidad de ciertos comercios y de diversas haciendas, algunos caballos -moviéndose aún inquietos- amarrados de los árboles; la pileta vacía y uno que otro gato y gallina, deambulando o brincoteando entre los objetos.

Ante este cuadro de lamentación y de desolación, la gente llegaba a sus moradas, procedente de las haciendas vecinas circundantes, para proceder al rescate de alguna que otra pertenencia u objeto de valor que hubiese quedado a salvo del elemento voraz. Sobretodo se habían refugiado en la hacienda de Taretan (hoy ingenio azucarero), La Purísima o Acúmbaro, pero en mayor medida en las casas que quedaron en pie, en la parte norte del poblado, en virtud de que el fuego respetó desde una cuadra arriba del barrio de la horqueta, hacia el barrio alto.

Así, poco a poco como resistiéndose a admitir lo ocurrido, los hombres empezaban, casi al mediodía, a remover los escombros de sus moradas, en busca de lograr algún objeto de valor o rescatable de su propiedad. Las mujeres lamentaban la muerte de algún ser querido o bien la pérdida de sus hogares, mientras que la autoridad local se aprestaba a entablar comunicación escrita con sus similares estatales a fin de solicitar ayuda.

De aquellos sacrílegos que un día antes habían “bautizado” al perro en la iglesia de San Ildefonso, la autoridad ni la gente pudieron dar con su paredero, es más, ni supieron dar razón acerca de la identidad de los mismos, pues tenían facha de ni ser originarios del poblado, puesto que a fuerza de verlos, los taretenses hubieran reconocido en ellos, a alguien de la misma población. Tampoco supieron de perro bautizado, como su este animal, junto con su impartidores del sacramento eclasiástico, se los uibiera tragado el mismo infierno convertido en llamas, el mismo que arrasó con aquel próspero poblado.

Ese mismo día, sabedores de que las desgracias se lloran unos cuantos días pero no toda la vida, de la flaqueza sacaron fuerzas los taretenses para seguir adelante y cual ave fénix, literalmente se volvieron a levantar de las cenizas.


Como que ya habían experimentado lo que es volver a levantar todo un poblado, merced a que durante el siglo XVII se habían cambiado al actual sitio, procedentes de asentamientos ubicados más hacia el sur, en virtud de que en estos lugares existían abundantes animales ponzoñosos que provocaban la muerte de los antiguos pobladores.

Entonces, los trabajos de remover los escombros empezaron en cada una de las casas, edificadas unas de adobe y otras de madera; por mientras las haciendas más próximas y las moradas ubicadas al norte del poblado sirvieron de cobijo temporal a las familias damnificadas; las calles fueron el centro de recepción de los desechos dejados por el fuego y poco a poco, en carretas tiradas por animales, a lomo de bestia, carretillas, de aquellas de ruedas metálicas y sobre el hombro, fueron despejándose paulatinamente.

Los libros de bautizo y del registro civil, aligual que ornamentos e imágenes y esculturas religiosas, fueron resguardadas en la hacienda vecina de San Ildefonso Taretan (hoy ingenio azucarero), en cuya capilla pudo continuarse con los oficios de la Santa Misa y la impartición de los diversos sacramentos.

Pero, solo hacía falta una escultura religiosa, la correspondiente a una imagen de un nazareno llevando una cruz sobre su hombro izquierdo. Al haberse colocado sobre el lomo de un borrico, al momento de aquella tribulación en que puso a la población, por un lado el incendio y por el otro la caterva de malhechores que buscaban la rapiña, seguramente el animal huyo hacia el cerro y con todo e imagen andará por ahí perdida, de tal modo que no le quedó a la población, más que esperar a que hiciese de nuevo su aparición.

Al mismo tiempo inició un recuento de las familias damnificadas, en el entendido que cada uno de los párrafos conteniendo sus nombres, corresponden a una manzana:

“Agustín Garibay, Ignacia Pila, Juan Calderón, Fernando Carrillo, Agustina Sánchez, Ramón N, Petronila N, Navor Chávez, Cayetano Macías y José María Franco.

Guadalupe N, Francisca Alvarez, Francisco Huerta, José María Estrada, Blas Huerta, Jacoba N, José María López de Nava, Francisco Vaca, Gregorio Melendez, Juan Trejo, Antonia N y seis familias desconocidas.

Lucas Ortiz, Francisco Patiño, Antonio Cerda, Marcos Méndez, Luciano Mendez, Agustina Velez, María Velez, Francisco Rincón, Rosendo Cázarez, Refugio Cázarez, Merced Borjas, Ignacio Arroyo, Francisco Arreaga, Juan Valadéz, Sebastiana Moreno, dos familias desconocidas, Fermina Reyes, Juan Reyes, Rafael Andrade, Francisca Valdovinos, Antonio Hernández, Guadalupe Ambriz, Francisco González, Faustino Vargas, Francisco Madrigal, Antonia Ambriz, Pedro Estrada, José María Flores, Modesto García, Rosalía García, Rafaela Vaca, Zenon Olmos, la cárcel y Refugio Huerta.

Mesón del Refugio, José Julián Poo, Juan Talavera, Agustín Almanza, cinco familias desconocidas, Pedro Murguía, Luisa Pila, Jospe María Bustamante, María N, Vicente Rodríguez, Vicente Salguero, Vicente Garduño, Anastasia Márquez, Jesús Girón, Ricarda González, Vicente Magaña, Benito Cerda, una familia desconocida, Rosario N, Mariano Aguilera, Mariano Munguía.

Trinidad Mares, Luis Solchaga, dos familias desconocidas, Nicolasa Palomares, Isabel Dueñas, Pedro Medina, Faustino García, Albino Mata, Nabor Linares, Juan Linares, Prudencio Rincón, Matiana Linares, Pedro N. Pedro Manríquez, María Rincón, Francisca Velázquez, cuatro familias dosconocidas y Nemesio N.


Víctor Martínez, Rosario Lemus,José María Martínez, Guadalupe Castañeda, Martín Torres, seis familias desconocidas, Rafael León, Antonio Nambo, tres familias desconocidas, José María Reinoso, Pedro Reinoso, tres familias desconocidas, José María Rios, Francisco Custodio, tres familias desconociddas, Miguel Lemus, Julián N, Ramona Martínez, cuatro familias desconocidas.

Eugenio Castro, Crescencio Vázquez, Félix Zapién, Martina Tapia.

Antonio Cornejo, tres familias desconocidas, Pedro Ambriz, cuatro familias desconocidas,, Domingo Díaz, José María Santacruz, Miguel Arceo, Calixto Moreno y cuatro familias desconocidas.

José María Bedolla, María Huerta, dos familias desconocidas, Mariano Torres, cuatro familias desconocidas y Gregorio Alvarez.

Nicanor Tapia, Francisco Angel, siete familias desconocidas.

Benedicto N, Tomas González, Francisco Betancourt, Vicente Jiménez, Agapito Garibay, Vicente Gaona, Cristóbal Rios, Pablo Dueñas, Dolores García, Viuda de Fulgencio Jiménez y otra familia desconocida.” <span>(Periódico El Constitucionalista. 13 de abril de 1868).


Posteriormente los taretenses se dirigieron así a la H. Legislatura del Estado:

“Un lamentable acontecimiento de que ha sido víctima la población de Taretan, nos obliga a los que suscribimos, como vecinos de dicho lugar, a dirijir a ese venerable cuerpo nuestra respetuosa esposición sobre los deplorables sucesos acaecidos en este lugar, para implorar su amparo y protección, en los momentos más solemnes porque atravesamos.

Una fatalidad ó efecto imprevisto, produjo el día seis del actual, a la una del mediodía, un incendio que dio principio sobre los tejados de una casa a espaldas del palacio municipal y en la propia manzana. Todos los esfuerzos de las autoridades y vecinos que allí se reunieron al toque de la alarma para remediar el mal, se estrellaron contra la fuerza impetuosa del fuego, que en menos de quince minutos había comunicádose con rapidéz en la mayor parte de la manzana transmitiéndose en las inmediatas con una velocidad horrorosa y devorándolo todo en instantes, sin siquiera dar tiempo a las familias para salvarse, pues todavía en estos momentos se exhuman de entre los escombros los cadáveres de los niños que perecieron víctimas del fuego.

En circunstancias tan apremiantes, y cuando los moradores de este infortunado pueblo, no tenían tiempo ni siquiera pára salvar a su familias. ¿Cómo habrían podido tenerlo para ocuparse de libertar sus intereses?. Era imposible, y todo, todo, ha quedado a merced del elemento devorador que lo ha convertido todo en cenizas, pues a las dos horas del acontecimiento, las llamas abrazaban las tres cuartas partes de la población.

En momentos angustiados y cuando el peligro era inminente en tanto grado que nadie concebía ni la más remota esperanza de que alguna casa fuera respetada por el elemento destructor, se arrojaba al centro de la plaza principal todas las mercancías de las casas de comercio y algunos otros efectos que las familias creían poner a salvo, ejerciéndose en este momento por la multitud acomedida, la rapiña más inaudita, que estimuló a los malvados paqra agavillarse, cuando se pretendía poner a salvo a la población reconcentrada en el punto no incendiado.

Estos fueron los momentos más solemnes para Taretan, pues los ancianos, mujeres y los niños corrían despavoridos por las calles, encontrando por una parte el enemigo formidable del fuego y por la otra los amagos de una plebe insolentada que se aprovechaba de la desgracia para perpetrar un crímen; pero la Providencia quiso que en esos momentos llegara la fuerza de seguridad pública de la municipalidad, que el día anterior había salido para Pátzcuaro y ya pudo organizarse la defensa y a la vez atender el fuego para salvar la pequeña parte que ha quedado de la población, pues en efecto, al amanecer del día siguiente, sus estragos fueron menos deplorables.

Tan funesto cuanto lamentable acontecimiento, ¿que otra cosa pudo haber producido sino miseria y más miseria? Por todas partes no se lamenta mas que la desgracia, y las familias vagan sin tener un hogar donde refugiarse y lo que es mas, ni un pedazo de pan con que alimentar a sus hijos, ni un arapo con que cubrir la desnudez en que han quedado. Las huertas y las pocas cosas que se salvaron sirven de refugio a esa multitud de desgraciados que gimen la miseria mas espantosa. Algunos vecinos a los que quedó algo, como que por razón de tener sus intereses en el campo, no sufrieron nada son los que por ahora imparten pequeños auxilios a esa multitud de familias arruinadas, pero esto es insuficiente porque sus necesidades son mayores.

Nosotros confiamos en la filantropía de nuestros conciudadanos promoverá espontáneamente los medios para remediar a tanto desgraciado, pero entretanto queremos procurar cuanto antes el que creemos eficaz y más oportuno, que es, conmover en animo de la representación del Estado, para que por su acuerdo se procure algún alivio a la desgracia.

Concluimos pues, impetrando a ese H. Cuerpo, se sirva facultar al Ejecutivo para que por el término de cinco años destine las rentas que se recauden en la receptoría de este lugar para auxiliar a esa multitud de familias arruinadas, quedando en todo ese tiempo a cargo de la corporación municipal o de una junta que al efecto se nombre, toda la recaudación de esos fondos, en los términos que hoy se colectan, cuanto la distribución de ellos entre las personas a quien se destinen, sin que por motivo alguno puedan distraerse de su objeto.

Si tal gracia alcanzamos de ese venerable cuerpo, con dispensa de todo trámite por ser apremiante la resolución, la humanidad recibirá el tributo más laudable, y nosotros veremos ejercido el más elevado acto de gracia y justicia por nuestro gobierno, a quien por tan respetable conducto tributamos profunda obediencia y respeto.”(Periódico El Constitucionalista. 17 de abril de 1868).


CONTINUARÁ

Fabio Alejandro Rosales Coria.

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